Arthur C. Clarke, coautor del guión de 2001: Una odisea del espacio (1968) junto con el realizador Stanley Kubrick, y autor de la novela homónima elaborada a partir de ese mismo guión, publicó en 1982 una continuación literaria de aquélla, «2010: Odisea dos»; en 1987 publicaría una tercera parte, «2061: Odisea tres», que nunca ha sido llevada al cine o a la televisión. Clarke le ofreció a Kubrick la posibilidad de adaptar «2010: Odisea dos», pero la negativa del cineasta a realizarla le abrió la puerta a otro director, Peter Hyams, quien acababa de incursionar con éxito en la ciencia ficción con su estupenda Atmósfera cero (1981). Como recoge el biógrafo de Kubrick Vincent LoBrutto, lo primero que hizo Hyams fue telefonear a Kubrick: «Tuve una larga conversación con Stanley y le expliqué lo que haría. Le dije que, si tenía su aprobación, yo haría esta película, y si no me la daba, no la haría. Nunca me hubiese atrevido a hacer el film sin la bendición de Kubrick. Es uno de mis ídolos; sencillamente, uno de los talentos más grandes que haya tenido este mundo. Él más o menos me dijo: “Claro. Hazla si quieres. No me importa”. Y en otra ocasión añadió: “No te preocupes. Tú solo tienes que hacer tu propia película”». Hyams escribió el guión, manteniendo frecuentes contactos con Clarke para que le asesorara, y además de producir y dirigir el film se encargó de la dirección de fotografía, tal y como tiene por costumbre. Con distribución de la productora original de 2001: Una odisea del espacio, Metro-Goldwyn-Mayer, y un generoso presupuesto para la época de 28 millones de dólares, 2010: Odisea dos hace recaer su protagonismo en el Dr. Heywood Floyd –encarnado en la película de Kubrick por William Sylvester, y en la de Hyams por Roy Scheider–, quien se embarca en la nave rusa Leonov, comandada por la capitana Tanya Kirbuk (Helen Mirren), junto con otros dos cosmonautas norteamericanos, el Dr. Walter Curnow (John Lithgow) y el Dr. Chandra (Bob Balaban) –el informático que diseñó el célebre ordenador HAL-9000 (de nuevo doblado en la v.o. por Douglas Rain)–, con la finalidad de viajar hasta la órbita de Júpiter, abordar la abandonada nave estadounidense Discovery Uno, averiguar qué ocurrió con su tripulación y descubrir el secreto del monolito gigante que todavía se encuentra por esas latitudes. Un enigma en el que tendrá mucho que ver el «espectro» –o lo que sea…– del cosmonauta Dave Bowman (encarnado, nuevamente, por Keir Dullea).
A pesar de que 2010: Odisea dos llegó a cosechar hasta cinco nominaciones al Oscar –entre ellas, una para sus efectos visuales, supervisados por Richard Edlund, quien tuvo que reconstruir tan solo a partir de fotografías los diseños originales de la película de Kubrick que este último se había encargado escrupulosamente de destruir–, su recaudación en taquilla fue algo endeble (40 millones de dólares solo en los Estados Unidos). En sus líneas generales y salvo en determinados instantes, 2010: Odisea dos es un film insípido y más bien aburrido, que no solo no está a la altura del original sino, ni tan siquiera, a la de Atmósfera cero. Pese a todo, hay algo que hace a esta película relativamente simpática: la saludable falta de pretensiones demostrada por Hyams en su labor como guionista y director. Probablemente consciente de que no iba a poder conseguir algo del nivel de 2001: Una odisea del espacio, Hyams ni siquiera lo intentó, y resolvió 2010: Odisea dos a su manera, con humildad y coherencia combinadas. Su film es, por comparación, más humano y mucho menos «trascendente» que el de Kubrick. Toque de humanidad –por más que sea harto convencional– que se percibe en escenas como aquélla en la que Walter y el cosmonauta ruso Maxim (Elya Baskin) saltan al vacío desde la Leonov hasta la Discovery Uno (los jadeos de miedo de Walter dentro de su traje presurizado llenan la banda sonora de la secuencia); o la escena de «suspense» en la que Chandra consigue, tan solo dialogando, convencer a HAL-9000 –a riesgo de que, como en la primera película, vuelva a rebelarse– para que se sacrifique a fin de facilitar el regreso de la expedición a la Tierra. Resulta simpático, por ingenuo, casi naíf, el discurso pacifista y conciliador del relato, que culmina con la transformación de Júpiter en un segundo sol, el cual no solo convertirá a su satélite Europa en una segunda Tierra, sino que además eliminará de un plumazo el inminente estallido de una guerra atómica entre las superpotencias terrestres como consecuencia del nacimiento de una nueva «conciencia planetaria».
Dr. Cyclops