Whitley Strieber, escritor norteamericano de literatura fantástica, algunas de cuyas novelas han sido llevadas al cine –tal es el caso de El ansia (Tony Scott, 1983) y Communion (Philippe Mora, 1989)–, debutó en estas lides con «The Wolfen», publicada en 1978. La misma sería llevada a la pantalla en la película estrenada en España como Lobos humanos (1981). Producida por Orion Pictures y distribuida por Warner Bros., este curiosísimo film se saldó con un fracaso comercial –8 millones de dólares recaudados en su primer año de exhibición en los Estados Unidos, 10 millones al término de su explotación comercial en cines USA, sobre un presupuesto, elevado para la época, de 17 millones de dólares–, aunque cosechó por lo general buenas críticas, y ahora mismo es recordado como una de las más interesantes películas fantásticas norteamericanas de la década de los ochenta. Lobos humanos fue el único film de ficción dirigido por el también guionista y exdirector de fotografía Michael Wadleigh, ganador de un Oscar por el célebre documental Woodstock (1970). La razón por la que no ha vuelto a incursionar en el cine de Hollywood se debe probablemente a que, durante la postproducción de Lobos humanos, Wadleigh se atrevió a presentar a los productores de la película un primer montaje de nada menos que cuatro horas y media de duración. Tras negarse a recortarlo, abandonó el proyecto, de ahí que el montaje definitivo de 115 minutos corriera a cargo, de forma no acreditada, del realizador John D. Hancock y del también productor Rupert Hitzig, quien figura como director de segunda unidad. Wadleigh también firmó el guión junto con David Eyre, si bien el libreto contiene aportaciones no acreditadas de Eric Roth.
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Lobos humanos se centra en la investigación que Dewey Wilson (Albert Finney), agente del departamento de homicidios de la policía de Nueva York, lleva a cabo sobre una serie de truculentos asesinatos, cuyas víctimas han aparecido mutiladas y con heridas de mordiscos. Sus pesquisas le llevan a la primera conclusión de que los responsables de las muertes no son sino canis lupis, es decir, lobos. Pero, con la ayuda del piel roja Eddie Holt (Edward James Olmos), Wilson acaba descubriendo que los asesinos no son lobos, sino algo completamente diferente: lobos humanos, dioses de la antigua América con forma de lobos e inteligencia humana cuya civilización se remonta a 20.000 años en el pasado, y que lo único que están haciendo es defender su territorio de caza, situado en los suburbios más degradados y ruinosos del Bronx –que, en la época en que se rodó este film, presentaban realmente esa fisonomía–, donde se alimentan de los «residuos» de la raza humana: drogadictos, delincuentes y «sin techo ». Entre sus víctimas se encuentra Christopher van der Veer (Max M. Brown), un magnate inmobiliario que pretende derribar toda esa zona del Bronx para construir una barriada de lujo, lo cual le convierte en objetivo a abatir por los lobos humanos.

Lobos humanos es un film visualmente brillante y sugestivo, elegante y bien rodado, que se anticipó a Depredador (John McTiernan, 1987) en la utilización de tomas usando un efecto especial de cámara similar a la termografía que altera la naturaleza original de los colores, las cuales simulan ser el punto de vista subjetivo de los lobos humanos. También presentó, de forma asimismo innovadora, un sistema de sonido envolvente, el Megasound, similar al Sensurround. Pero, más allá de esas particularidades técnicas, la película brilla con luz propia en su magnífica insinuación de un contexto pagano que se encuentra agazapado en los suburbios, esperando el momento oportuno para salir a la luz y poner en cuestión los principios que rigen nuestra civilización. Excelentemente fotografiada por Gerry Fisher, con la inestimable aportación del operador de Steadicam Garrett Brown, muchos de los mejores momentos del film se corresponden con las escenas de los ataques de los lobos humanos: la cámara recorre ágilmente los suburbios del Bronx –y, también, los lujosos escenarios de la zona cara, pija, de Manhattan y Wall Street–, arrojando una mirada inusual, fantástica, sobre la Gran Manzana. La película atesora, asimismo, estimulantes apuntes sobre la naturaleza animal del ser humano, algo que se hace patente en las crudas escenas que transcurren en el depósito de cadáveres donde trabaja el agente de policía y patólogo Whittington (Gregory Hines); o el momento en que, en pleno éxtasis, Eddie Holt se desnuda a la luz de la luna y se comporta como un lobo en presencia de Wilson. Al contrario que en la novela de Strieber, en la cual al final la existencia de los lobos humanos es descubierta por las autoridades y se ordena su exterminio, el film concluye, poéticamente, con el triunfo de dichas criaturas.
Dr. Cyclops