

En 1975, Stephen King publicaba su segunda novela, «Salem’s Lot» («La hora del vampiro», en sus primeras ediciones españolas). El éxito de la misma, unido a la popularidad de su autor gracias a la primera adaptación al cine de su primer libro, «Carrie» (1974) –Carrie (Brian de Palma, 1976)–, animó a Warner Bros. a adquirir los derechos de «Salem’s Lot» para adaptarla al cine. El productor Stirling Silliphant, el guionista Robert Getchell y el también guionista y realizador Larry Cohen se devanaron los sesos para convertir tan extensa novela (la edición original tiene 439 páginas) en un guión coherente, pero sus esfuerzos fueron en vano. Según King, «fue un desastre. Todos los directores de Hollywood relacionados con el cine de terror querían hacerla, pero nadie había conseguido un buen guión». La solución al problema se produjo cuando el estudio pasó el proyecto a su filial televisiva, y el productor Richard Koblitz decidió que lo mejor era hacer una miniserie de tres horas, contando para ello con el mismo guionista de Carrie, Paul Monash. Koblitz eligió para dirigir la miniserie al recientemente fallecido Tobe Hooper (1943- 2017), al que consideraba el realizador ideal gracias a La matanza de Texas (1974). Presupuestada en 4 millones de dólares de la época, Salem’s Lot se rodó en el verano de 1979 en Ferndale, California, y en los estudios Warner en Burbank, emitiéndose por primera vez en los Estados Unidos entre el 17 y el 24 de noviembre de ese mismo año. En España se emitió años más tarde como El misterio de Salem’s Lot, si bien antes, el 31 de mayo de 1982, se estrenó entre nosotros un montaje reducido de 112 minutos preparado por Warner para explotarlo en los cines de algunos países europeos, aunque aquí lo hizo con el ridículo título de Phantasma II… con vistas a hacerla pasar por una secuela de Phantasma (Don Coscarelli, 1979).
El misterio de Salem’s Lot fue elogiada por el propio King a pesar de algunos cambios introducidos en la trama, el más notable de todos convertir al personaje del vampiro Kurt Barlow en un ser monstruoso, con un enorme parecido al conde Orlok del clásico de F.W. Murnau Nosferatu el vampiro (1922). Koblitz se atribuía la idea, justificándola para diferenciarse del Frank Langella del Drácula (1979) de John Badham y Universal Pictures, estrenada ese mismo año, y también porque «volvimos al viejo concepto alemán de “Nosferatu” porque es la esencia del mal, y no algo romántico, ya sabes, el Drácula pálido con las mejillas rojas. No quería nada suave o sexual, porque sencillamente pensé que no funcionaría: lo hemos visto demasiadas veces de esa manera. Lo otro que hicimos con el personaje, y que creo que lo mejora, es que Barlow no habla. Cuando muere al final, desde luego que emite ruidos, pero ni siquiera una línea de diálogo, a diferencia del libro y del primer borrador del guión. Solo pensé que sería suicida de nuestra parte tener a un vampiro que habla. ¿Qué clase de voz le pones a un vampiro? No se puede hacer otra vez como Bela Lugosi, porque la gente se va a reír. No puedes hacer como Regan en “El exorcista”, o vas a conseguir algo ininteligible, y además ya se ha hecho». Un acierto fue la elección del actor austriaco Reggie Nalder (1907-1991) –el inquietante francotirador de El hombre que sabía demasiado (Alfred Hitchcock, 1956)– para encarnar al no-muerto.
A pesar de su estética «setentera», El misterio de Salem’s Lot es una notable miniserie y una de las más acertadas adaptaciones a la pantalla de la que, a su vez, es una de las mejores novelas de King. Más allá de beneficiarse de la presencia de un reparto solvente –David Soul, célebre coprotagonista de Starsky y Hutch (1975-1979), como el traumatizado escritor Ben Mears; el gran James Mason, como el anticuario Straker, sirviente humano del vampiro; Bonnie Bedelia, como Susan; y excelentes secundarios como Lew Ayres, Elisha Cook Jr., Geoffrey Lewis, George Dzundza, Ed Flanders y Kenneth McMillan–, El misterio de Salem’s Lot saca rédito del talento de Tobe Hooper para la creación de atmósferas fantásticas, dando como resultado muchos buenos momentos de puro horror: el travelling que recorre el cementerio que vigila Mike (Geoffrey Lewis) y nos descubre, entre las tumbas, a su perro muerto; las escenas en las que el pequeño Ralphie (Ronnie Scribner), vampirizado por Barlow, se aparece flotando ante la ventana del dormitorio de su hermano mayor Danny (Brad Savage), para acabar chupando su sangre, o en la que el propio Danny, ya convertido en vampiro, intenta hacer lo mismo con su amigo Mark (Lance Kerwin); la escena en la que Mike es vampirizado por Danny, quien le atrae desde dentro de su ataúd; el momento en que Barlow ataca el hogar de Mark, asesinando a sus padres y a un sacerdote (es memorable la entrada del vampiro, convertido gracias a su capa negra en una especie de mancha oscura en el suelo que se va poniendo de pie); el momento en que Ben hace frente a la difunta Marjorie Glick (Clarissa Kaye-Mason, esposa de James Mason en la vida real), convertida en vampiresa, en el depósito de cadáveres; las sombrías escenas en las que Ben y Mark unen sus fuerzas para acabar con Barlow en el interior de la siniestra casa Marsten, donde el vampiro se refugia durante el día; o un patético epílogo, situado dos años más tarde, en el que Ben se ve obligado a acabar de un estacazo en el corazón con su amada Susan, convertida en otro de los no-muertos que, desde entonces, dan caza sin descanso a Ben y Mark por haber incendiado el pueblo maldito de Salem’s Lot.
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