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ENGENDRO MECÁNICO

Nacido en Edimburgo, Escocia, el 17 de enero de 1934, y fallecido en Hollywood el 24 de abril de 1996, tras haber acabado él mismo con su vida de un disparo, el guionista y realizador Donald Cammell es el responsable de una filmografía tan corta como extraña. Tras forjarse en Londres una notable reputación como pintor de retratos durante la década de los 50, debutó tras las cámaras codirigiendo, junto con Nicolas Roeg, la turbulenta Performance (1970). Luego se trasladaría a los Estados Unidos, donde firmaría el thriller El blanco del ojo (1987) y el largometraje con el que cerraría prematuramente su carrera, El lado salvaje (1995), cuyo montaje fue alterado a espaldas de Cammell, quien exigió firmar el film con el seudónimo de Franklin Brauner. Su trayectoria profesional fue un continuo enfrentamiento con productoras que se negaban a plegarse a sus exigencias, y un sinfín de proyectos jamás realizados: Ishtar, una película para la cual quería al escritor de «El almuerzo desnudo», William S. Burroughs, de protagonista; dos proyectos con Marlon Brando, Fan Tan, sobre piratas en los Mares de China, y Jericho, descrito como un thriller violentísimo; Alamogordo, una mezcla de ciencia ficción y artes marciales con Jean-Claude Van Damme; la adaptación al cine de la novela de J.C. Pollock «Centrifuge», con Don Johnson como un exagente de la CIA; The Cull, sobre un veterano de la guerra del Golfo Pérsico que iba a interpretar Sean Connery; y 33, en torno a un periodista atrapado en el cubil de un capo de la droga, que Bill Pullman aceptó protagonizar tan solo dos días antes de que Cammell se suicidara.



Siete años después de Performance, el cineasta escocés llevó a cabo para Metro-Goldwyn- Mayer una de sus películas más conocidas: el film de ciencia ficción Demon Seed (1977), estrenado en España como Engendro mecánico a fin de que no crear confusiones con la película de Roman Polanski La semilla del diablo (1968). Basado en la novela de Dean R. Koontz del mismo título originalmente publicada en 1973, de la cual Koontz ofrecería una edición revisada en 1997 y conocida entre nosotros como «La semilla del demonio», el film narra la terrible odisea de Susan Harris (Julie Christie), esposa de un científico, el Dr. Alex Harris (Fritz Weaver), que ha creado un súper ordenador, el Proteus Cuatro, dotado de una poderosa inteligencia artificial. Pero Proteus –que, en la versión original en inglés de la película, se expresa con la voz de un no acreditado Robert Vaughn– ha decidido ir más allá, evolucionar; en definitiva, quiere convertirse en un auténtico ser humano: quiere tener un hijo. Para conseguirlo, ha de inseminar a una mujer; y ha elegido para sus propósitos a Susan, a la que violará mediante procedimientos mecánicos, dejándola embarazada de… ¿qué?



Ambientada en un futuro cercano, Engendro mecánico fue uno de los últimos y más singulares coletazos de la memorable ciencia ficción distópica y pesimista cultivada por el cine norteamericano entre finales de los sesenta y mediados de los setenta. Una película que, por un lado, acusa cierta influencia estética de 2001: Una odisea del espacio (1968): Proteus Cuatro es un primo cercano de HAL-9000, y las escenas oníricas que visualizan los «pensamientos» del primero guardan cierto parecido con el célebre «viaje cósmico» que culminaba el film de Stanley Kubrick. Por otra parte, Engendro mecánico hace gala de una notable densidad psicológica: Susan y Alex son una pareja en crisis, en principio a causa del desapego y la frialdad de él hacia ella; pero, más adelante, descubrimos el motivo real de su malestar: la muerte prematura de su pequeña hija, víctima de la leucemia, enfermedad que Alex está obsesionado en erradicar: la principal razón por la cual ha construido a Proteus es porque este será capaz de hallar una cura para la leucemia. Eso también refuerza la resignación parcial con la cual Susan acaba asimilando el diabólico plan de Proteus de inseminarla: por la posibilidad de volver a ser madre. Para ello, Susan deberá pasar por un proceso de sumisión a la voluntad del ordenador que está repleto de morbosas referencias al bondage: Proteus encierra a la protagonista en su propia casa, cuyos sistemas automáticos controla por completo; Susan es paralizada con descargas eléctricas, y luego, atada de pies y manos, con las piernas abiertas, de forma que Proteus pueda «manipularla»; abundan los artilugios de fálica apariencia (las tijeras con las que el ordenador corta la falda de Susan; el, evidente, aparato con el que la penetra sexualmente); Proteus encierra a Susan en la cocina, y sube la temperatura de la estancia hasta extremos insoportables: el suelo ardiente quema los pies descalzos de la mujer… A pesar de la torpeza de las escenas de acción –cf. el intento de rescate de Susan por parte de Walter (Gerrit Graham), ayudante de laboratorio de Alex–, Engendro mecánico atesora buenas ideas visuales –cf. el ingenio mecánico de forma romboidal construido por Proteus para protegerse–, y un final inquietante: el ordenador, cual nuevo Monstruo de Frankenstein, «resucita» convertido en una réplica perfecta de la difunta hija de Susan y Alex, exclamando el clásico: «¡Estoy vivo!».

Dr. Cyclops

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