

No nos engañemos: el estreno de «Amityville: El despertar» no deja de ser un lanzamiento de perfil bajo para fans del terror poco exigentes. Pero nos sirve como excusa para compartir con vosotros un divertido juego. ¿Recordáis que en «Regreso al futuro II» un cine anunciaba «Tiburón XIX»? Los films del escualo no han llegado a los dobles dígitos, pero hay otras propiedades que sí. A ver quién es el valiente que se hace una maratón con algunas de estas sagas.
Por mucho que nos oigamos esa cantinela de «hoy Hollywood es solo secuelas y adaptaciones», esto es así desde el principio de la industria. Al menos en cuanto a terror se refiere. Si bien hubo cierto reparo en un principio, la Universal explotó el éxito del Frankenstein y el Drácula original en una serie de películas en las que cada vez se complicaba más buscar una excusa para usar al monstruo en cuestión. Se trataba de no repetir la fórmula. Tras cuatro o cinco films, la major comenzó a cruzar a sus personajes. Nadie pensaba en «universos cinemáticos», sino en seguir estirando el chicle como se pudiera: en el siglo XX, un crossover era considerado una clara señal de la decadencia del personaje.

El cine de terror siempre se ha caracterizado por su debilidad por las secuelas: los films de la Universal, Drácula o «Posesión infernal» han desembocado en producciones como «Freddy vs. Jason».
Sin embargo, cuando la Hammer revitalizó a Drácula y Frankenstein, lo hizo con todas las de ley. A ellos no les tembló el pulso a la hora de resucitar, una y otra vez, a sus monstruos. Cada película tenía que incluir alguna nueva idea para que el Conde Drácula o el Doctor Frankenstein escaparan o volvieran a la vida… Y para enviarles de nuevo a la tumba, claro. De manera más o menos simultánea, Santo, el enmascarado de plata, se enfrentaba una y otra vez a vampiros, doctores locos y momias aztecas… Y si no ha encabezado nuestra lista, es porque las alternaba con mafiosos y karatekas. ¡Menudo era!
En los 60 y 70, el terror se aleja de grandes estudios. El público pidiendo sangre y más violencia, y productores independientes cumplían esos turbios deseos, sin precisar de grandes estrellas. Productos baratos –y en ocasiones, algo sórdidos– que solían conseguir beneficios con relativa facilidad, especialmente cuando se trataba de ofrecer buenas dosis de sangre y violencia. Gente como George A. Romero, John Carpenter, Wes Craven, Tobe Hooper o Sam Raimi consiguieron entrar a Hollywood utilizando esta fórmula. Los estudios les miraban con recelo. Cuando sus nuevas propuestas fallaban, el mensaje siempre era el mismo: ¿por qué no nos haces otra parte de aquella peli tuya tan maja? Todos acabaron pasando por el aro, ya sea dirigiendo o produciendo.
Un caso ejemplar es el de Don Coscarelli. El creador de Phantasma había tenido un par de proyectos previos que no vio ni el Tato, pero encontró en ese film de terror su (pequeña) gallina de los huevos de oro. Lo que le abrió la puerta a realizar producciones con presupuestos holgados: El señor de las bestias contó con 20 millones de presupuesto y ventas en todo el mundo. Pero el tipo quedó tan desencantado con la experiencia que prefirió volver a sus peliculitas, realizando más Phantasmas un poco a regañadientes. Que son, por cierto, las únicas películas en las que ha intervenido su amigo y protagonista Reggie Bannister. Cuánta responsabilidad. Cada una de las entregas le garantizaba el pan durante una temporada que se dedicaba a levantar otro proyecto.
En alguno de los casos, la dichosa saga se convertía en la única manera de continuar una carrera. Don Mancini, el guionista y creador del famoso Muñeco diabólico, comprobó que era incapaz de vender nuevos proyectos. Así, cada pocos años, trataba de resucitar la franquicia de Chucky: a veces con éxito, como consiguió con La novia de Chucky, a veces sin pena ni gloria y sin mayor aliciente que seguir trabajando, como es el caso de sus dos últimas entregas. Los casos similares se cuentan por decenas.
En la mayoría de ocasiones, estos personajes y los derechos de estas franquicias quedan en manos del productor original, para desesperación de directores y guionistas. Los 80 fueron especialmente significativos en ese aspecto, con la ascensión de los psicópatas a verdaderas estrellas de cine. El truco estaba en cambiar un poquito la fórmula con cada entrega. El mercado del vídeo, la televisión y las ventas al extranjero aseguraban el beneficio a presupuestos cada vez más bajo. No era raro ver peliculitas hechas con cuatro duros alcanzar las tres o cuatro entregas con facilidad.
En el acervo popular, los 90 fueron una mala época para las secuelas terroríficas: bajó la producción, con muchos de los personajes que triunfaron en los 80 completamente agotados. Scream, Wishmaster, Candyman, Leprechaun, la labor de la New Line o la Dimension Films de los Weinstein, así como las caspas de la Full Moon, mantuvieron viva la llama de la secuelitis. Esta apatía fue aprovechada en el nuevo milenio por Michael Bay y su Platinum Dunes, que se dedicó a remakear y continuar films como Viernes 13, La matanza de Texas, Pesadilla en Elm Street o, efectivamente, Amityville. La perra les duró hasta que lo petaron de verdad con las nuevas Tortugas Ninja.
El paso del tiempo y el apoyo de los fans ha convertido lo que antes era visto como una mera necesidad en un modelo de negocio. La nueva generación de profesionales y fans ha crecido con la idea de que una franquicia no es necesariamente algo negativo. Unos y otros saben y aceptan que vendrán secuelas, y los films se plantean así de salida: si ha hecho algo de dinero, vendrán más continuaciones. Si has hecho dinero con tu peliculita… No te lo pienses. ¿Quién ve las sucesivas entregas de Km. 666 o el payaso Killjoy? No lo sabemos, pero ahí están.
La labor de Oren Peli es bastante modélica en ese aspecto: además de producir cada entrega de Paranormal Activity, la película que le abrió las puertas de Hollywood, ha sabido sacar adelante una carrera como productor, estando también detrás del éxito de Insidious. Lejos de frustrarse como sus antecesores de los 70, Peli se ha instalado tranquilamente dentro de la Blumhouse de Jason Blum para sacar adelante pelis de terror de poco presupuesto y estupendo rendimiento comercial. Un modelo a seguir por una industria que cada vez juega más a lo seguro y se aferra a las propiedades existentes a cualquier precio: eso de la Tiburón XIX parece que no suena tan mal.
ESPAÑA Y LAS FRANQUICIAS
Aunque nunca hemos sido una potencia en la creación de cine de género, tenemos algunos casos de sagas exitosas que han alcanzado varias entrega y difusión mundial. Más o menos. Si tenemos que hablar de una «franquicia » del terror hispano, esa es la de las aventuras del hombre lobo Waldemar Daninsky. Si bien en aquella época no existía un concepto tal como el de «franquicia», Paul Naschy recuperaba una y otra vez a su licántropo favorito. En la mayoría de ocasiones obviaba cualquier tipo de continuidad, en una maniobra que volvería loco al tuitero medio: simplemente, Waldemar vagaba por diferentes países y épocas perseguido por su maldición. En algún episodio buscaba al Yeti en el Tíbet. En otras, se enfrentaba a otros monstruos o era perseguido por brujas.
Desde 1968 a 2004, el personaje protagonizó once aventuras. La saga arrancó con La marca del hombre lobo, pero fue La noche de Walpurgis la más exitosa. Posiblemente la más agradecida de ver hoy día sea El retorno del hombre lobo. Y como tantos, terminó su recorrido como parodia autoconsciente, en este caso de la mano del inefable Fred Olen Ray, en Tomb of the Werewolf.
La otra «gran» serie de films del fantaterror correría a cargo de Amando de Ossorio. Sus templarios malditos alcanzaron las cuatro entregas entre 1972 y 1975, siendo la segunda, El ataque de los muertos sin ojos, la más celebrada de todas.
Tendríamos que esperar hasta 2007 para que apareciera una serie terrorífica hispana capaz de rivalizar con las paridas en los años del terror de pipas hispano. [Rec], de Jaume Balagueró y Paco Plaza, consiguió un éxito atronador, y su historia se ha desarrollado a lo largo de cuatro entregas, la última datada en 2014. Parece el punto final de estos zombis, aunque nunca se sabe…
José Viruete