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Querrido Tovarrich

«Gorrión rojo» nos vuelve a traer una vieja rivalidad que parece se reaviva: aquella entre Rusia y los Estados Unidos. Durante décadas, la Unión Soviética era el villano ideal para el cine norteamericano, y la percepción de una potencia rival, de igual poder y pericia, se filtró en todos los campos de la cultura pop.


Tras derrotar la amenaza nazi, la Doctrina Hoover de 1947 y la bomba rusa de 1949 convirtieron a la URSS en la nueva rival. Los soviets se convirtieron en los grandes rivales en el panorama internacional, ya fuera en operaciones de espionaje, la carrera espacial o influencia geopolítica. El conflicto, por suerte, no escaló a una guerra directa… aunque en el mundo del cine las cosas fueron bastante más crudas.




Abajo, de izq. a der.: «Red Nightmare», «Ultimátum a la Tierra», «I Was a Communist for the FBI» y «Red Planet Mars».


EL TERROR ROJO

Hablemos primero de la amenaza soviética en suelo americano. ¡Los comunistas podían estar en todas partes, planeando la caída de América! En los años 40 y 50 hubo una pequeña moda en la que se denunciaban los peligros del partido comunista, y cómo reclutaba gente y lavaba cerebros de americanos despistados. Estas denuncias podían venir en forma de alucinados documentales como Red Nightmare (George Waggner, 1957), en la que un señor se levanta por la mañana y resulta que ya no es «libre». O también en forma de thrillers, con agentes del partido seduciendo jóvenes idealistas, siempre bajo supervisión extranjera, para debilitar el país. Ojo, que en alguna llegaban a vincular los movimientos de derechos civiles con el comunismo, como en I Was a Communist for the FBI (Gordon Douglas, 1951).

Es bien sabido que el llamado «terror atómico » expresó el miedo al comunismo desde la metáfora, utilizando invasores del planeta rojo y alienígenas que se hacían pasar por ciudadanos normales: ultracuerpos y marcianos variados que se infiltraban en pequeños pueblecitos de EE.UU. Destaquemos aquí dos films que tienen una aproximación más original: por un lado, la genial Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951) hacía que los extraterrestres tuvieran que tomar partido para evitar que no nos acabáramos bombardeando.



De izq. a der., y de arriba abajo: el general Gogol de los films de James Bond, «Con la muerte a la espalda», «Teléfono» y «El mensajero del miedo». Abajo: «No hay salida» (izq.) y «Condorman» (der.).


Por otro, Red Planet Mars (Harry Horner, 1952), que a pesar de su nombre transcurre en la Tierra. Los americanos, como los rusos, comienzan a recibir transmisiones de Marte. Los soviéticos tratan de confundir a los americanos, y las transmisiones crean desórdenes sociales en todo el mundo. Pero, finalmente, resulta que… los marcianos traen la palabra de Dios. Ante esta revelación, los ciudadanos de la URSS derrocan al ateo régimen bolchevique. No nos lo inventamos.

YO TE ESPÍO, YO TE SIGO

Pero el género que mejor explotó los miedos de la Guerra Fría fue el de los espías. Los films de agentes secretos, microfilms y tramas conspiratorias atestaban las carteleras de los cines… Especialmente de los europeos. Los agentes de la KGB, bien como enemigos o aliados, fueron los secundarios predilectos de cualquier film de espías.

Y se hicieron muchísimos. Curiosamente, James Bond no fue un gran enemigo del comunismo: solía enfrentarse a organizaciones malvadas y agentes renegados. De hecho, el general Gogol, la figura soviética más recurrente, era una figura positiva. Este llegaba a oponerse a otros miembros del partido, como el también General Orlov o Koskov (007: Alta tensión), ambos renegados que desobedecían las órdenes del partido. También trataba de colaborar con los británicos para atrapar al desertor Max Zorn en Panorama para matar. Muchísimas agentes del KGB ayudaron al superagente y acabaron en su cama.



Pero con la Guerra Fría desarrollándose a tope en suelo europeo, era normal que las producciones y coproducciones entre Francia, Italia, España o Reino Unido trataran el tema. Lo normal es que en el género del «Euroespía» los malvados fueran exnazis, científicos locos o sofisticados ladrones, aunque ocasionalmente aparecían agentes de la RDA y el KGB, como en los films del agente Harry Palmer o Con la muerte a la espalda (Alfonso Balcázar, 1967).

Los agentes dobles o las células durmientes se convirtieron en un elemento común del cine de la época. La exitosa El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962) introducía una idea que a muchos les parecía terrorífica, un paso más allá del comunista infiltrado: tu vecino podía ser un espía involuntario, con el cerebro lavado por los soviéticos. Teléfono (Don Siegel, 1977) tenía a un agente desencantado con la pasividad del KGB activando agentes para fastidiar a la CIA. El más increíble de todos era Kevin Costner en No hay salida (Roger Donaldson, 1987), luciendo cara de pasmo y tratando de seducir novias de altos cargos para robar secretos militares.

Como extraño híbrido entre el género superheroico y el de espías dejaremos un breve recuerdo para Condorman (Charles Jarrot, 1981), con un dibujante de cómics reclutado como espía, con traje de hombre pájaro volador y combatiendo al KGB en suelo francés. El film era de Disney, pero no creemos que se integre en el universo Marvel.

¿QUÉ HARÍAS TÚ EN UN ATAQUE PREVENTIVO?

Con la guerra de Corea en marcha, y ambos bandos apoyando facciones rivales, la fantasía de un conflicto entre las potencias empezó a cobrar fuerza. Obviaremos aquí el cine postapocalíptico: una vez llegado el bombazo, los protagonistas de películas como Testamento mortal o El día después no tenían demasiado interés en la geopolítica, sino, simplemente, en sobrevivir.


De izq. a der., y de arriba abajo: «Punto límite», «Godzilla 1985», «Invasión USA» (1952), «Red Scorpion», «Invasión USA» (1985)




En Punto límite (Sidney Lumet, 1961), una serie de errores ponen al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial. La desconfianza entre los dos bandos les hace incapaces de detener un ataque nuclear sobre Moscú. Con Henry Fonda como presidente y Walter Matthau como uno de los científicos, el film era tan tenso y pesimista para la época que tuvo que incluir un prólogo asegurando que la situación de la película «no podría ocurrir nunca». Esta clase de thriller con tensión política fue ciertamente popular, con films tan celebrados como Cortina rasgada, El espía que surgió del frío o El cuarto protocolo entre otros muchos. Hasta en Godzilla 1985 (Tomoyuki Tanaka, 1984) las cosas se ponen tensas cuando los rusos deciden lanzar un misil sobre Tokio sin el conseso de la ONU.

En el caso de Invasion USA (Alfred D. Green, 1952), la inacción de los EE.UU. provoca que el terror comunista llegue a su país. Los enemigos facilitan desde dentro los ataques de una misteriosa «potencia extranjera»… Que habla con acento ruso. Los americanos se veían totalmente sobrepasados por la fría ofensiva enemiga. El «aviso» a la población era tan exagerado y dramático que se convirtió en un pequeño clásico del cine chungo.

Obviamente, tenemos que hablar de la otra Invasión USA (Joseph Zito, 1985), producida por la Cannon y con Chuck Norris a la cabeza. El planteamiento, en consonancia con la actitud de los años de Reagan, era mucho más combativo. Y además tenía a Chuck Norris. Los rusos se alían con los cubanos para invadir Florida, atacando centros comerciales en plena Navidad, símbolo del consumismo desenfrenado. El general ruso actúa como un psicótico, y se alía con un Richard Lynch acojonao que hasta tiene pesadillas con Norris. Normal que acabe como acabe.



«Rambo: Acorralado II» y «Amanecer rojo».


Está claro que el film más mítico y emblemático de esta corriente fue Amanecer rojo (John Millius, 1984). En un futuro cercano, la izquierda cobra fuerza en Europa, desarma la OTAN, y los comunistas aprovechan para hacer de las suyas. La Unión Soviética invadía la costa oeste de los EE.UU. y se hacía fuerte en varios estados. Un grupo de adolescentes liderados por Patrick Swayze y C. Thomas Howell organizaban un comando de guerrillas con el que combatir a los putos ruskies. En 2012 llegó un remake, cambiando a los soviets por los norcoreanos.

Rambo, por supuesto, también tuvo lo suyo con el enemigo rojo, aunque siempre fuera en guerras celebradas en otros territorios. En Rambo: Acorralado II, Stallone volvía a Vietnam para ser torturado por un el general Podvosky, al que se enfrentaría al final de la película. En su secuela, Rambo III, el soldado ayudaba a los «luchadores talibanes» a expulsar al invasor soviético de territorio afgano.

Bajo su estela llegaron decenas de luchadores por la libertad con metralleta. Destacaremos a Dolph Lundgren en Red Scorpion (Joseph Zito, 1988), un soldado rojo de élite que, tras ser traicionado por su gobierno, se enfrenta a su propio ejército y mata rusos a punta pala.


En los años 40 y 50 hubo una pequeña moda en la que se denunciaban los peligros del partido comunista, y cómo reclutaba gente y lavaba cerebros de americanos


Los italianos también se apuntaron a la moda, siendo Strike Commmando (Bruno Mattei, 1987) una de las más memorables. Por lo risible y locuelo, se entiende: aquí Reb Brown se liaba a matar rusos malos que andaban montándola en Vietnam. Tronchante por momentos.

Con todo este panorama, no es de extrañar que otro héroe, Superman, decidiera en Superman IV: En busca de la paz (Sidney J. Furie, 1987) tomar parte en el asunto, reunir el armamento nuclear del mundo y lanzarlo al sol. Lástima que Luthor tuviera otros planes para él.

COMEDIAS Y COMEDIETAS

Nada mejor que contar un chiste para soltar tensión. Y en momentos como la Crisis de los Misiles de Cuba, estaba claro que los aliados necesitaban reírse mucho del asunto.

Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961) ya nos dejaba ver que la cosa había que tomársela un poco a risa, con su retrato de americanos despistados, con un ejecutivo de Coca-Cola a la cabeza, en la Berlín de la Guerra Fría. De ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick 1964), ya se ha dicho todo, y merecidamente.

¡Que vienen los rusos! (Norman Jewison, 1966) tenía a Alan Arkin en uno de sus primeros papeles. Un submarino soviético queda varado en la costa, y los marineros salen a pedir ayuda. Los lugareños creen que están ante una invasión, y van cayendo víctimas de sus propias paranoias, mientras los sorprendidos rusos no entienden nada.




Ese mismo año, Woody Allen estrenaba «Don’t Drink The Water», una obra teatral sobre el choque cultural, aunque aquí los forasteros en tierra extraña serían los americanos. Fue adaptada al cine en 1969 por Howard Morris, y retitulada en España con una de las primeras traducciones WTF que recordamos: Los USA en zona rusa. El film fue remakeado para TV en 1994 por el propio Allen, el cual parece que no quedó satisfecho por las reescrituras de su guión. Aun así, no está ni mucho menos entre sus mejores obras. A nosotros siempre nos hará gracia ver juntos a Mayim Bialik y Michael J. Fox.

Los espías cinematográficos desarrollaron rápidamente una serie de clichés que los convirtieron en fácilmente parodiables. Personajes como James Tont se reían de los tópicos de los films de Bond y sus compañeros superespías. Pero como aquí buscamos enfrentamiento con el Telón de Acero, nos quedamos con Espías como nosotros (John Landis, 1985), que contaba con Dan Aykroyd y Chevy Chase en pleno apogeo metiéndose en líos en territorio soviético, y casi provocando una guerra. Fue el film con el que descubrimos a Vanessa Angel, la Lisa de la serie de TV de Una chica explosiva, tan guapa como graciosa.

CORRE, RUSO, CORRE

Los rusos eran perfectos villanos en cualquier ámbito, no exclusivamente el militar. ¿Querías un rival creíble que mantuviera al público en vilo? Los soviéticos jugaban ese papel perfectamente en casi cualquier ámbito.

La carrera espacial queda como fondo de films como Elegidos para la gloria, Cielo de octubre o Apolo 13, que reflejan la ambición de esa época, si bien carecen de confrontación con el otro bando. Curiosamente, películas soviéticas como Nebo Zovyot (Mikhail Karyukov, Aleksandr Kozyr, 1959) presentaban un enfrentamiento con los capitalistas con el objetivo de llegar a Marte, y a los nobles astronautas de la URSS salvando a los inconscientes colegas americanos. Los italianos se tomaron todo con bastante más cachondeo en Dos cosmonautas a la fuerza (Lucio Fulci, 1965), con dos cómicos de moda reclutados por los rusos para entrar en órbita.



Arriba: «Uno, dos, tres», «¡Que vienen los rusos!», «Los USA en zona rusa» (Woody Allen) y «Espías com nosotros». Abajo: «Juegos de guerra» y «Firefox».


Cualquier ámbito era bueno para poner a los países a competir, muchas veces con terribles resultados. ¿Que los cerebros electrónicos son el futuro? Pues ahí tenemos Colossus: El proyecto prohibido (Joseph Sargent, 1970). El Pentágono crea un superordenador para que se encargue de la defensa del país… Solo para descubrir que los rusos también tienen el suyo, y que las supercomputadoras han decidido unirse para tomar el control de los arsenales nucleares.

En Juegos de guerra (John Badham, 1983), un hacker adolescente accede a un computador semejante, al que engaña haciendo creer que un juego de «guerra termonuclear global» es la vida real. A puntito estuvimos ver volar el planeta por culpa de Matthew Broderick, que también andaba liado en experimentos militares en Proyecto X. Vaya con el Inspector Gadget. Y si hablamos de aviación, Clint Eastwood se infiltraba en la URSS para robar el avión más avanzado del mundo, el Firefox (Clint Eastwood, 1982), siendo perseguido por el ejército y la KGB.


El final del régimen soviético privó al cine norteamericano de sus grandes villanos. Pero esa imagen aún sería explotada en forma de antiguos agentes del KGB


Cartel español de «Soviet: La respuesta».


En el campo deportivo es inolvidable la figura de Ivan Drago, el malvado boxeador que interpretó Dolph Lundgren en Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985): poco queda que decir de un personaje elevado al estatus de mito eighties. Pero vamos a dedicar unas líneas a su antecesor: Jean Claude-Van Damme en Retroceder nunca, rendirse jamás (Corey Yuen, 1986). Este film de artes marciales, rodado con actores americanos pero producido por la Seasonal de Hong Kong, presentaba al belga como un tremendo kickboxer soviético con lazos con la mafia local.

¿Y ELLOS QUÉ?

El cine de la Unión Soviética fue muchísimo menos agresivo con la superpotencia rival. Las políticas al respecto variaban según la dirección del partido, pero durante mucho tiempo existían directrices que impedían mostrar un enfrentamiento directo con el ejército norteamericano. El control que ejercía el estado a través del Ministerio de Cine aseguraba que los guiones no incurrieran en semejantes argumentos. El cine de acción soviético estaba centrado en la Segunda Guerra Mundial y la revolución bolchevique.

Cuando los americanos aparecían como rivales de los soviéticos, solía ser como civiles cegados por la avaricia, corrompidos por el sistema capitalista. Una de las poquísimas excepciones a esta regla llegó en 1987, con Odinochnoye Plavanye de Mikhail Tumanishvili, y consiguió llegar hasta Occidente. En España fue retitulada como Soviet: La respuesta, y contó con un nuevo, espectacular y muy sensacionalista póster que nos prometía un «Rambo ruso» que pisoteaba la bandera de las barras y estrellas. Nada que ver con la realidad: una anodina película de acción en la que unos marines ponen fin a una conspiración para vender armas al ejercito americano.

«I GUESS THE RUSSIANS LOVE THEIR CHILDREN TOO»

Con la llegada de la Perestroika y las señales de apertura, comenzaron a aparecer films en los que se simpatizaba más con el personaje soviético. Al final parece que, efectivamente, los comunistas no comían niños, y gestos como el acuerdo de desarme entre Reagan y Gorbachov en el tratado de Génova suavizaba la imagen de un pueblo que, parecía, deseaba la paz. Seguían siendo los malvados de películas más reaccionaras, pero también aparece la figura del «ruso bueno». El cine les solía presentar como hombres de honor, serios y cuadriculados.



«Gorky Park» (arriba) y «Noches de sol» (abajo).


Un buen ejemplo previo a esto fue Gorky Park (Michael Apted, 1983), donde William Hurt interpretaba a Arkady Renko, un criminólogo ruso que investiga un triple asesinato en el famoso parque. Renko unía fuerzas con un detective americano y juntos perseguían a Jack Palance.

Noches de sol (Taylor Hackford, 1985) presentaba una alianza extraña: dos bailarines desertores de cada bando deben trabajar juntos mientras son acosados por el KGB. Es más recordada principalmente por el protagonismo del bailarín Mikhail Baryshnikov.

Los más asiduos al videoclub seguro que recuerdan un film que cogía una premisa similar, le daba la vuelta y la convertía en un film de acción típico de la época: Danko: Calor rojo (Walter Hill, 1988). La película era una buddy movie de policías dispares ejecutada con gracia, y con James Belushi al frente durante los cinco minutos en los que fue una estrella. El título español centraba la atención, acertadamente, en el personaje de Schwarzenegger.

El mismo tipo de alianza incómoda tenía lugar en Águila de Acero II (Sidney J. Furie, 1988), una versión de Top Gun aún más flipada y con adolescentes como protagonistas. En esta segunda entrega, los pilotos americanos se ven forzados a colaborar con los soviéticos, entre los cuales hay, por cierto, una piloto. Os podéis imaginar cómo iba el tema: rivalidad y tensión con el as enemigo, romance con la chica, cooperación y respeto mutuo al final.

Aunque quizá el ejemplo más delirante sería Rusos (Rick Rosenthal, 1987), un blandita comedia que viene a ser un remake encubierto de E.T., cambiando al marciano feo por un señor ruso. Misha (Whip Hubley), un marinero soviético, naufraga cerca de Florida y es adoptado por unos niños norteamericanos, que le enseñarán sus costumbres, mientras es perseguido por las autoridades. Al final, los suyos vienen a buscarle, en lugar de en nave espacial, en submarino atómico. Sed buenos…

TRAS LA CAÍDA DEL TELÓN

El final del régimen soviético privó al cine norteamericano de sus grandes villanos. Aun así, esa imagen aún sería explotada en forma de antiguos agentes de la KGB, generales renegados que añoraban el poder de la URSS, terroristas o incluso la mafia rusa. En verano de 1997 se estrenaron tres films que son ejemplos perfectos de esto: El pacificador, Air Force One y El Santo, todos con malvados rusos de un tipo u otro.

Con el paso del tiempo, los sucesos de la Guerra Fría han quedado como una gran marco para films que recrean algunos de estos episodios. 13 días (Roger Donaldson, 2001) nos narra con solvencia la crisis de los misiles de Cuba, con Kevin Costner y el gran Bruce Greenwood como J.F. Kennedy.



«13 días» e «Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal»


Uno de nuestros ecos favoritos de la antigua URSS es el gran Bucky Barnes. El compañero del Capitán América fue rescatado por los rusos y convertido en un operativo cyborg durante los años de la Guerra Fría, como descubría el Capitán América en El Soldado de Invierno. En X-Men: Primera generación (Matthew Vaughn, 2011), las tensiones entre los dos bloques sirven como telón de fondo para las primera aventuras de la Patrulla X. Por su parte, Watchmen (Zack Snyder, 2007) nos presentaba una realidad paralela en la que la Guerra Fría tenía a la humanidad al borde la guerra nuclear, gracias a la existencia del cuasi-divino Doctor Manhattan.

La nostalgia eighties que parece permearlo todo ha visto un cierto resurgir en estos malos. En Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Steven Spielberg, 2013), la villana rusa que componía Cate Blanchett era de lo mejor de la película. Por su parte, Atómica (David Leitch, 2017) optaba por ambientar su acción en pleno 1989. No podemos despedir este artículo sin mencionar, vaya por Dios, a una serie. El matrimonio de The Americans (2013-) debe estar por derecho propio entre los espías más memorables: infiltrados en plena sociedad americana, padres de hijos que se creen americanos, y dispuestos a lo que sea para cumplir sus objetivos. Con otras obras de calidad como El topo, Nido de espías o la serie Deutschland 1983, creemos que no es demasiado arriesgado aventurar que seguiremos teniendo Guerra Fría durante muchos años.

José Viruete

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