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DRÁCULA 73

En su libro «A History of Horrors. The Rise and Fall of the House of Hammer», Denis Meikle apunta que el moderado éxito comercial de dos producciones norteamericanas de vampiros de bajo presupuesto dirigidas por Bob Kelljan, Count Yorga, Vampire (1970) y su secuela The Return of Count Yorga (1971), las cuales proponían una visión renovada del mito del vampirismo ambientándolo en época contemporánea, pudo haber influido a la productora británica Hammer Films a la hora de plantearse una versión modernizada de las aventuras del conde Drácula. Warner Bros., que por esa época distribuía en los Estados Unidos las películas de terror de la Hammer, presionó al estudio en ese sentido. De este modo nació Dracula A.D. 1972 (1972), inicialmente titulada durante su rodaje como Dracula Today, dirigida por Alan Gibson y escrita por Don Houghton, que en España se estrenó como Drácula 73.



Drácula 73 rompe la cronología que había seguido hasta ese momento el grueso del ciclo Drácula de Hammer –Drácula (Terence Fisher, 1958), Las novias de Drácula (Fisher, 1960), Drácula, príncipe de las tinieblas (Fisher, 1965), Drácula vuelve de la tumba (Freddie Francis, 1968), El poder de la sangre de Drácula (Peter Sasdy, 1969)–, y dejando aparte esa rareza «descolgada» que es Las cicatrices de Drácula (Roy Ward Baker, 1970), pues arranca con un prólogo ambientado en Londres en 1872, en el cual Drácula (Christopher Lee) y Lawrence Van Helsing (Peter Cushing, en un papel que no había vuelto a hacer desde Las novias de Drácula) mueren luchando el uno contra el otro. Pero las cenizas y el anillo del conde son recogidos por un discípulo (Christopher Neame) y, cien años después, un descendiente de este último, Johnny Alucard –«Drácula» al revés–, también interpretado por Neame, las utiliza para revivir a Drácula en el curso de una especie de misa negra celebrada en la «desconsagrada» iglesia de San Bartolo, en pleno centro de Londres. Otro descendiente, en este caso de Lawrence Van Helsing, llamado Lorrimer Van Helsing (Cushing, again), se encargará de destruir al vampiro a fin de salvar a su nieta, Jessica (Stephanie Beacham), a la que Drácula ha elegido como una de sus favoritas.



No les falta razón a las numerosas voces que afirman que Drácula 73 es una de las más flojas entregas del ciclo de la Hammer dedicado al mito creado por Bram Stoker, si no la que más, habida cuenta de que su obsesión por modernizar a toda costa al personaje está resuelta con suma torpeza. En vez de plantearse seriamente cómo se desenvolvería un vampiro del siglo XIX en el Londres del siglo XX, el film se limita a trasplantar, sin más, a Drácula a la época inmediatamente posterior a la del Swinging London, para luego abandonarlo a su suerte. Como apunta David Pirie en «El vampiro en el cine», a cualquiera le resulta meridianamente claro que al conde le sería imposible abandonar el refugio de la iglesia donde ha sido resucitado sin llamar la atención de inmediato. Para más inri, las presuntas ansias de «modernidad» de la película –que, vistas a ojos de hoy, son lo que precisamente ha envejecido peor de la misma– dan pie a momentos tan horribles, y coyunturales, como la actuación del grupo pop californiano Stoneground en medio de un guateque lleno de «viejos» estirados que les miran con espanto. Pese a todo, si Drácula 73 permanece en el recuerdo de los aficionados es por la convicción –incluso aquí– de dos grandes actores como Christopher Lee y Peter Cushing, cuya labor es, de lejos, lo más sólido del film; así como la presencia de algunos apuntes interesantes: el detalle, durante la misa negra que resucita a Drácula, de ese cáliz blasfemo que contiene las cenizas del vampiro y cómo, mezcladas con la sangre de Johnny, se convierten en una masa oscura y repugnante que impregna el escote de Laura (Caroline Munro); y el momento en que Van Helsing logra repeler el ataque del vampirizado Johnny usando un espejo de mano gracias al cual proyecta contra el no-muerto destellos de luz solar.

Dr. Cyclops

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