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Isao Takahata: El genio en la sombra

Si bien la cara visible de Studio Ghibli siempre ha sido Hayao Miyazaki, el corazón del mismo siempre fue, hasta su fallecimiento a principios de abril, el mucho más discreto Takahata. Quizás porque siempre arrastró cierto complejo de inferioridad por no saber dibujar, de ahí que asegurara que él no era «un genio como Miyazaki, pero en Studio Ghibli han valorado mis trabajos como director y los han tratado igual». En realidad, se enamoró de las posibilidades expresivas del medio de forma tardía, cuando estaba estudiando Literatura Francesa en la Universidad de Tokyo y vio El rey y el ruiseñor, de Paul Grimault. Así que, cuando se lanzó a una carrera como director dentro de Toei Animation, lo hizo siempre apoyándose creativamente en los artistas que tenía alrededor, de ahí que sus trabajos no tuvieran una apariencia tan homogénea como los de Miyazaki, sino que se distinguieran por su carácter ecléctico, cambiante, siempre explorando los límites de la narrativa animada. Algo que se apreciaba mejor que nunca en su último largometraje, El cuento de la princesa Kaguya, bellísima carta de amor al poderío visual del medio cuya producción se alargó tanto que sus compañeros de Ghibli decían, jocosamente, que parecía que no quería terminarla. Quizá porque era consciente de que iba a ser su última película, a pesar de que aseguraba que «si me queda vigor, decisión y capacidad mental, hay gente que quiera invertir, un productor que maneje el dinero, y se me bendice con buenos colaboradores, me gustaría rodar otra más». Jamás la llegaremos a ver, así que solo nos queda imaginar con qué nos habría sorprendido Takahata.

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